Siempre ha habido defensores de la honradez y honestidad de
la mayoría de los políticos -entre los cuales modestamente me incluyo-. Así, a
medida que va aumentando los casos de corrupción –y en los últimos días no
paramos- van aumentando las voces que se hacen oír públicamente insistiendo en que
no todos los políticos son iguales, que no todos son corruptos, que no es bueno
generalizar, que hay que separar el trigo de la paja... Como muestra de lo que
se está publicando estos días de forma abundante podemos ver los artículos Corrupción, no es cierto no todos son iguales (Manel García Biel. Nueva Tribuna. 27-01-2013); Los evidentes mecanismos de la corrupción (Soledad
Gallego-Díaz. El País. 27-01-2013) y el magnífico Elogio y desprecio de la clase política (Daniel Innerarity. El País
28-01-2013).
Ahora bien, es absolutamente cierto que no todos los
políticos son corruptos, pero la corrupción en nuestro país, sin embargo, no es un hecho aislado; el nivel al que ha
llegado es verdaderamente insoportable y la cantidad y calidad -es evidente que
no es lo mismo que un concejal de un pequeño pueblo sea corrupto a que esa
corrupción afecte a las máximas instancias del partido que sustenta al
gobierno- cada vez son más elevadas. Ello nos debería de llevar a reflexionar a
todos para ver lo que podemos aportar cada cual para resolver este problema. Es
verdad que, de alguna manera, los electores tenemos responsabilidad en ello
cuando introducimos nuestra papeleta en la urna “validando” el comportamiento
de algunos políticos que se conoce sobradamente que son unos chorizos
(Comunidad Valenciana con sus grotescos aeropuertos sin aviones, trajes,
circuitos, despilfarros mil junto a sus comisiones y todo tipo de trapicheos o
la Andalucía de los EREs, por poner solo dos ejemplos). Pero no cabe duda que
la mayor responsabilidad recae en los partidos políticos.
Y los partidos políticos, unos y otros, han demostrado
manifiestamente que son incapaces de atajar e impedir la corrupción dentro de
sus filas (El esperpento de la Fundación Ideas es paradigmático). Es más, si
nos atenemos al proyecto de la ley de transparencia elaborado tanto por los
socialistas, en su día, como por los populares en la actualidad, vemos que en
ambos los partidos políticos, además de otras instituciones, se quedan fuera de
esa ley. Parece ser que ahora, después del caso Bárcenas, están dispuestos a
ser transparentes –bueno, al menos a figurar en la ley de transparencia-. Pero
no deja de ser sospechoso que los propios partidos, en un principio,
pretendieran quedarse fuera del circuito de la transparencia y, por tanto,
fuera del control ciudadano.
Es por lo que creo que ha llegado el momento de que los
políticos que son honrados, que son honestos hagan una demostración fehaciente
y que lo atestigüen exigiendo públicamente a sus partidos mayor claridad y
transparencia en su comportamiento (la renuncia en estos días de algunos
concejales del PP ha sido ejemplar y esa sería la senda a seguir por otros en
lugar de bunkerizarse sin más). Deberían de ser ellos, los políticos honestos,
los que se unieran al clamor popular y solicitaran a sus propios partidos, a
sus cúpulas, una mayor transparencia, un comportamiento más diáfano, más nítido
y, a ser posible, inmaculado. Un clamor
popular, según las encuestas, es la demanda de listas abiertas en los comicios
que permitiría, por una parte, que los electores ejerciésemos de tales y no de
meros ratificadores y, por otra, mayor libertad al candidato que no dependería
en exclusividad de su partido para ser elegido, lo que significaría que debería
de prestar mayor atención a sus electores y estar más al loro de sus opiniones
y demandas. Pues bien, no estaría mal que esos políticos honrados y con
vocación de servicio público se hicieran eco de esta reivindicación, por
ejemplo, y expresaran en su partido y, sobre todo, públicamente su apoyo a esta
demanda ciudadana que, está claro, no es del agrado de los partidos ya que no dependería
de ellos en exclusividad la elección de los candidatos a ocupar el cargo. Un
pequeño paso, un gesto no más, pero qué duda cabe que podría ser el comienzo de
un cambio en la actividad política de este país y, más que nada, una
posibilidad de romper la hostilidad que la ciudadanía muestra, y con razón, a
nuestra clase política.
Los ciudadanos estamos necesitados de algún gesto, por
pequeño que sea, que nos indique que hay alguien que escucha al pueblo soberano
y que se preocupa de él. En estos momentos la impresión que se tiene es que
solo se escuchan entre ellos y se preguntan y responden solo entre ellos. Que
sus energías, su tiempo y su sabiduría está al servicio de la necesidad de
responder a los ataques y a los supuestos agravios de unos para con los otros.
En definitiva, a disposición de las intrigas partidistas, pero no en la
necesidad imperiosa de resolver los graves problemas por los que atravesamos.
La desafección y hostilidad hacia los partidos hoy, mañana se puede convertir
en una hostilidad hacia el propio sistema democrático. Es mucha la
responsabilidad en estos momentos de los políticos. Es de esperar que sean
conscientes de ello y actúen en consecuencia. Esperemos.
Saludos cordiales,
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