Ríos de tinta se han escrito ya sobre la sorprendente noticia a mediados de febrero de la renuncia del papa Benedicto XVI, debido a la debilidad en que se encuentra, también por su avanzada edad y por otras enfermedades (marcapasos, leves ictus cerebrales, artrosis, escasa visión en un ojo y otras más). Cuente Benedicto con nuestras condolencias y oraciones. Muchos estimamos que es una acertada e inteligente decisión que el papa anciano y enfermo se retire para dedicarse a la oración y a la teología.
Los
responsables de la Iglesia deben evitar el feo espectáculo de que nuevamente un
papa aparezca pública y constantemente en un avanzado estado de decadencia
física, psicológica y mental hasta su muerte, como ocurrió con Juan Pablo II.
Inmovilismo eclesial
Benedicto XVI, cuando era el
cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrinas de la Fe, fue
el mejor colaborador de Juan Pablo II para mantener una Iglesia conservadora y
de pensamiento único, causante de la defenestración de teólogos progresistas y
ocultamiento de sacerdotes pederastas. Ya nombrado papa hace cerca de ocho
años, aun su bondadoso carácter y su capacidad teológica, mantuvo la misma línea
inmovilista de su antecesor. Aunque en honor a la verdad, ha tratado de
purificar la Iglesia pero en consonancia con su actitud restauradora.
El Concilio Vaticano II
(1962-1965) iniciado por el buen papa Juan XXIII, propugnó la modernización de
la Iglesia frente a las estructuras anticuadas con sorprendentes reformas, que
entre otras están: declarándola pueblo de Dios y no poder jerárquico;
estableciendo el diálogo con el mundo, evitando permanecer en el pedestal de la
superioridad eclesial; abrirse al ecumenismo con las otras iglesias cristianas
y al diálogo con las religiones; optar preferencialmente por los pobres y
abandonar sus pactos prioritarios con los Estados capitalistas; dar voz y
protagonismo a los laicos suprimiendo la mordaza a que durante siglos se les
tenía sometidos; afirmando la dignidad de los trabajadores frente al capital
idolátrico; animando una nueva eclesiología donde la diversidad tenga cabida en
la unidad; invitando al clero a dar testimonio de pobreza frente a la
ostentación a la que acostumbran; abandonar el latín en las celebraciones
públicas para que los creyentes entiendan el mensaje de Dios; priorizar el
estudio de la Biblia frente a los catecismos doctrinarios al uso; y otras
muchas reformas más.
Pero finalizado el Concilio, los
padres conciliares renovadores se marcharon a su respectivas diócesis, mientras
que los señores cardenales conservadores de la Curia romana se quedaron
encargados de hacer las reformas acordadas. Una vez desaparecido Pablo VI y
después de la temprana muerte de Juan Pablo I, la Curia eligió papa a Juan
Pablo II, procedente del clero eclesial excesivamente conservador de Polonia.
En la medida que pudieron, el Papa
y los cardenales, ayudados de los sectores inmovilistas de la Iglesia fueron
dando una interpretación al Concilio que
evidentemente no se ajustaba al espíritu de sus contenidos, ni a las
necesidades del mundo moderno, especialmente de los pueblos empobrecidos.
¿Qué esperamos de la Iglesia?
Si Dios no lo remedia, el
próximo papa será conservador. Dada la estructura tradicional de la Iglesia, un
papa conservador y anciano elige a los cardenales conservadores y ancianos; a
su vez estos cardenales serán los
encargados, en su momento, de elegir otro papa también conservador y
anciano.
Sin embargo, el pueblo de Dios y
la humanidad necesitan la renovación de la Iglesia. Benedicto XVI, aprovechando
el escaso tiempo que le queda hasta el día 28 de febrero en que volverá a ser
Joseph Ratzinger, ha manifestado su queja frente al proceder de algunos
cardenales: hay que seguir luchando por “una verdadera renovación de la Iglesia”.
“La Iglesia no es una estructura. Son todos los cristianos, no un grupo que se
declara Iglesia”. ¿Se referirá en estas palabras a las luchas entre distintos grupos
de la Curia?
En
otro momento expresó: “la división desfigura a la Iglesia. Debemos superar
nuestras rivalidades”. Luego hay enemistades entre los grupos conservadores en
su lucha por la hegemonía y el control del banco vaticano “IOR” y los dineros.
Añadió
Benedicto XVI: “muchos están listos a rasgarse las vestiduras frente a escándalos
e injusticias, naturalmente cometidos por otros, pero pocos parecen dispuestos
a actuar en su propio corazón”. Sus palabras llaman a la conversión.
Reformas urgentes
La
Iglesia necesita, una democratización de sus estructuras; que los cargos de
párroco, obispo y papa se asuman en elecciones correspondientes. Suprimir los
concordatos con las dictaduras y los Estados capitalistas; dialogar con
partidos y gobiernos de izquierda, pues tienen muchas cosas positivas. Suprimir
el Estado Vaticano como la mejor manera de mostrar la separación entre Iglesia
y Estado. Defender profética y firmemente a las clases populares explotadas por
oligarquías ambiciosas. Su Doctrina Social debe condenar el capitalismo
neoliberal, pues es “intrínsecamente perverso” (Pablo VI). Abrir el sacerdocio
a casados y mujeres. Asimismo, renunciar a muchas propiedades innecesarias para
la evangelización…
Pedro Serrano García
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