El espantoso atentado llevado a cabo ayer en Toulouse por un individuo no identificado a la puerta de un colegio judío, en el que han muerto tres niños y un adulto, ha causado enorme conmoción en Francia, que se encuentra ahora en plena campaña electoral. Las pruebas balísticas y las declaraciones de algunos testigos hacen pensar a la policía que el autor de este atentado es el mismo que el de otros dos perpretados días antes en una población cercana a Toulouse contra tres paracaidistas: dos de origen magrebí y otro de color negro, oriundo este de Guadalupe.
Hasta aquí la noticia. Habrá que esperar a su desenlace, con la detención del autor de los atentados, para extraer todas las consecuencias políticas de esta acción terrorista, pero el mensaje transmitido mediante los hechos consumados no puede ser más claro: el del odio criminal a la "impureza francesa" que en la ideología fascista representan "moros, judíos y negros" y a los cuales, según esta misma ideología, "es menester combatir mediante la violencia". El propósito de los atentados, en vísperas de las elecciones presidenciales, responde, pues, con toda evidencia a un objetivo político y, en ningún caso, cabe atribuirlos a la acción de un psicópata aislado. Así que estamos ante un nuevo acto de terrorismo fascista, que viene a sumarse a los atentados de Oslo, ocurridos en julio del año pasado, y, en algún modo, a los ocho asesinatos de siete turcos, un griego y un policía, llevados a cabo por el grupo neonazi Resistencia Nacional Socialista en Alemania a lo largo de 13 años, que, según todos los indicios, contaba con la connivencia de determinados agentes de la propia policía alemana, esto es, estamos ante un acto de violencia fascista puro y duro.
Esto es así porque, como decía Tomás de Aquino, no hay efecto sin causa, y estos atentados no pueden entenderse en modo alguno como hechos aislados casuales, cuya responsabilidad correspondería en exclusiva a individuos de mente criminal. Sin el clima ideológico de tolerancia y comprensión con las propuestas históricas del fascismo, que los actuales populismos y los florecientes partidos de extrema derecha de toda Europa alimenta con sus propuestas excluyentes, nacionalistas y xenófobas, las organizaciones puramente fascistas o neonazis, que nunca han dejado de estar latentes en la vida política, carecerían de influencia ideológica y resultarían hoy inoperantes por faltas de apoyo. A este clima de perversión política están contribuyendo también, por su parte, políticos europeos pertenecientes a partidos de la derecha clásica aún considerados democráticos, en su busca de votos en el granero de la extrema derecha -piensese ahora en Sarkozy-, los cuales, en vez de oponerse con claridad de argumentos y energía a las propuestas excluyentes de la extrema derecha, las acogen con fervor casi patriótico y las incluyen en sus programas electorales. No están exentos tampoco de total responsabilidad en la actual deriva fascista los partidos socialdemócratas europeos, incapaces de mantener sus señas de identidad ideológicas y de oponerse al neoliberalismo depredador que nos asfixia. Y por no estarlo ellos, todo hay que decirlo, tampoco lo estamos nosotros, los ciudadanos europeos, que, con nuestra indiferencia, nuestro silencio o nuestro miedo contribuimos a mantener el actual estado de cosas. ¿Hasta cuándo?